Señor Jesucristo, ¿cómo es posible que el espíritu que te conozca no piense en ti día y noche? ¿Cómo es posible que una persona que ama de verdad no piense en ti, que eres el único objeto del corazón?
Por eso pienso en ti y mi pensamiento se centra tan fácil y tan rápidamente en tu Divinidad, porque eres el único Hombre predestinado a ser Hijo del Dios vivo y verdadero. Tú eres Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; y al pensarlo mi espíritu se deleita en ti. Alimentado por una fe verdadera y fuerte, mi espíritu cree que eres todopoderoso, que existes desde la eternidad y que perduras para siempre, infinito, inmutable. Eres toda bondad, todo conocimiento, toda verdad, toda la vida, toda misericordia y toda justicia.
Señor Jesucristo, pienso tan vívidamente en ti en la Última Cena, rodeado de los doce apóstoles, cuando instituiste la Sagrada Eucaristía. Mi espíritu desea ansiosa y continuamente deleitarse en ti real y sustancialmente por medio de este Sacramento.
Señor Jesucristo, pienso tan vívidamente en ti en el Huerto de Getsemaní, sudando sangre por todas partes, y mi espíritu comprende la fealdad del pecado, que es el único enemigo de tu voluntad.
Señor Jesucristo, pienso tan vívidamente en ti cuando fuiste clavado en la cruz entre dos ladrones y mi espíritu se fortalece para soportar con paciencia y apreciar el sufrimiento.
No puedo evitar pensar en ti porque todo me eleva hacia ti.
Si veo a alguien que es misericordioso, pienso en ti y en silencio digo: “¡Cuánto más misericordioso eres tú, su creador!”
Si veo a alguien que es amable y manso, pienso en ti y en silencio digo: “¡Cuánto más amable y manso eres tú, su creador!”
Si veo a alguien que es justo, pienso en ti y en silencio digo: “¡Cuánto más justo eres tú, su creador!”
El hombre es lo que piensa: si piensa en las cosas terrenales, dice san Agustín, entonces es materialista; si piensa en las cosas celestiales, entonces es espiritual, un hombre de Dios.
Por tanto, el hombre es semejante al objeto de su pensamiento. Todo lo que el hombre ama, ése es el objeto de su pensamiento, ése es el dios de su corazón. “Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón”.
¿Cómo es posible, entonces, que uno no se haya revestido de Cristo si piensa en Él día y noche?
Nuestro Creador nos ha mandado amarlo con toda nuestra mente: mantengamos, por tanto, su presencia en nuestra mente, y ofrezcamos todo para su gloria, haciendo todo con la intención de agradarle y observando su ley con fidelidad.