Dios escogió lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; lo débil para confundir a los fuertes; lo bajo y despreciado, lo que no es, para reducir a nada lo que es
En el mismo Libro de las Constituciones, el Fundador dice: “¿A quiénes utiliza Dios frecuentemente para realizar grandes y gloriosas obras? San Pablo nos enseña que Dios escoge a los necios según los criterios del mundo para confundir a los sabios y elige lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; escoge lo miserable, lo indigno, lo que es nada ante los ojos del mundo para aniquilar a quienes creen que son algo”. Por eso, para ser coherente con esta lógica bíblica, el Socio debe abrazar un estilo de vida que, más o menos, lo deja incómodo porque lo transforma en una señal de contradicción, una condición necesaria para la profecía.
Es por eso que esta dimensión siempre provocó, y continuará provocando, contrariedad y desafíos al Socio. Ningún profeta se sintió cómodo en la cultura que lo rodeaba porque el profetismo exige de él que se margine de la sociedad para poder contemplarla desde una perspectiva crítica. La idea que el profeta se quede al margen de la sociedad le da la ventaja de mediar entre sus valores genuinos y los engaños que en ella se viven.
Para poder experimentar esta dimensión profética es necesario que el Socio, mientras viva en el mundo, adquiera una dignidad propia de los valores del Evangelio y radique su vida en Cristo de corazón manso y humilde. De esta manera, el Socio no se amolda al mundo, sino que se transforma por la renovación de su mente para conocer cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que agrada, lo que es perfecto (Rom 12,2).
El Socio comprende que el mundo necesita que viva según la vocación a la cual ha sido llamado. Por eso debe alegrarse cuando a través de la capacidad que tiene de escoger entre lo que es eterno y lo que está de moda, logra provocar interrogantes en los que están a su alrededor. Persuadido por el lema: “lo que no es eterno, nada es” se viste de manera modesta; utiliza su dinero a favor del apostolado, de los pobres y de causas justas; es prudente en los medios que utiliza para su recreación personal; no mide el tiempo que da; está listo a ceder para no ser como una roca contra las olas de la arrogancia; perdona cada vez que se da cuenta que él tuvo razón; se cuida de la curiosidad y del discurso excesivo, y tiene solo a Dios como testigo de sus acciones. Como Juan Bautista, los Socios deben seguir mostrando los valores eternos a pesar de que se sientan como “una voz en el desierto”. El estilo de su vida debe seguir anunciando, sin miedo, el escándalo y la locura de la cruz.
Siendo laicos los Socios no pueden descuidar lo que es necesario para la vida y la necesidad de descanso, dos aspectos que son también relativos según la persona particular. Pero esta necesidad puede ser creada fácilmente por las fuerzas del consumo y se vuelve tan apremiante que empieza a ser considerada como criterio absoluto. Esto crea un desafío serio para la actitud de pobreza y moderación que el Socio debe abrazar.
Para vivir así el Socio necesita la Dirección Espiritual. Aparte que esta existía desde el principio de la SDC por pedido del Fundador, la Dirección Espiritual está ligada en primer lugar con el cultivo de la búsqueda de Dios en la vida, con el examen de las motivaciones internas de la persona, y en el lenguaje del Fundador, con la lucha contra los engaños, para que el Socio se revista más “del hombre nuevo” según la voluntad de Dios.