escrito por Carmel G. Cauchi, miembro de SDC
¡Yo también, aunque soy pecador!
Un santo es un pecador que sigue intentándolo.
El primero de noviembre celebramos el Día de Todos los Santos, honrando a todos los santos y no sólo aquellos representados con aureolas y colocados en los altares para veneración. Más allá de estos, hay muchos otros que no tienen nombre, pero que pasaron sus vidas esforzándose por vivir según la ley de Dios. No realizaron milagros, ni sufrieron el martirio, pero hicieron lo mejor que pudieron para vivir con rectitud; y cuando tropezaron, se levantaron y continuaron su camino.
Los santos no nacieron santos; muchos lucharon y flaquearon. Pero siguieron intentándolo y finalmente lo lograron. La santidad no está reservada a unos pocos elegidos; es un llamado para todos. Todos estamos invitados a la santidad. El Señor llamó a todos a seguirlo. Una vez, Jesús dijo a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9,23). Este camino de seguimiento de Cristo es el camino hacia la santidad.
Por lo tanto, el Señor también me llama a la santidad, ¡aunque soy pecador! Muchos pecadores se han convertido en santos porque el Señor no desea la muerte de los impíos, sino su conversión y vida (Ezequiel 18:23). Vivir no significa simplemente existir en este mundo, porque nuestras vidas mundanas terminarán. Vivir verdaderamente es alcanzar la vida eterna; llegar a ser santos.
Señor, sé que tengo un largo viaje por delante
para llegar a ser quien Tú deseas que sea;
ten paciencia conmigo y guíame hacia adelante,
aun cuando mis pasos sean lentos.