En la Epifanía celebramos la revelación de Jesús a la humanidad, un acontecimiento marcado por la visita de los Magos. Sin embargo, también recordamos que Jesús siguió revelándose en su bautismo, en el monte Tabor, a través de sus milagros, en el Gólgota y, lo más impresionante, en su resurrección de entre los muertos.
Como proclama san Juan, «y hemos visto su gloria» (Jn 1,14). Esta gloria irradia en los corazones de todos los que acogen su luz, disipando la oscuridad del pecado. Al igual que los Magos, Jesús nos invita a reconocerlo como nuestro Rey, a adorarlo de todo corazón como nuestro Dios y a entregarle nuestra voluntad por completo.
Mientras caminamos por la vida, busquemos la gracia de conocerlo y amarlo más profundamente. Este es el propósito de nuestra existencia, es decir, vivir en una relación vibrante y hermosa con él. San Agustín nos enseña que la búsqueda de nuestro amado Jesús es la aventura más grande de la vida, y encontrarlo es su máxima realización.
Señor Dios, ésta es la vida eterna:
que te conozcamos a ti, el único Dios verdadero,
y a Jesucristo, a quien has enviado.
Ilumina nuestras mentes, para que por tu gracia
lleguemos a conocerte a ti y a Jesucristo mismo,
y así podamos gozar de la vida eterna. Amén.
(Praeconia, San Jorge Preca)