de Jean-Pierre Lintanf, Padre Dominico
Padre,
fuente de toda vida y de toda ternura,
Quiero cantarte.
De ti viene el regalo más maravilloso,
tu hijo, tu Palabra.
Fue tu aliento
el que dio a los primeros testigos lenguas de fuego.
Te canto porque mi palabra
es tanto tuyo como mío.
Sólo Tú hablas de Ti, y es de Ti, contigo,
y por Ti que trato de proclamar
desde encima de techos y paredes
algo que me sorprende.
Te doy gracias por las miríadas de oídos
abiertos que me escuchan
y los corazones que estén preparados
para la palabra que proclamo.
Te agradezco por el eco abrumador a cambio
o por los grandes silencios.
Te pido perdón.
Vaso frágil que alberga el tesoro de tu Palabra,
A veces no cumplí tu palabra
y muchas veces tuve miedo de tu palabra.
Después de todo,
¿quién soy yo para atreverme a hablar de ti?
Por eso te pido dos cosas:
para recordarme que lo que es importante para mí
no es necesariamente importante para ti,
y que mi palabra siempre tendra
la dulzura de tu palabra.