Cada individuo, de una manera u otra, necesita la virtud de la esperanza. En la vida diaria, frecuentemente ponemos nuestra esperanza en personas y cosas, como en los pilotos, que garantizan un vuelo seguro de un avión, o en los cocineros, que preparan nuestra comida. Sin embargo, para nosotros los cristianos, la esperanza trasciende las capacidades humanas. Por eso, como cristianos fieles, estamos llamados a poner nuestra esperanza en el Señor, como exhorta el profeta Miqueas.
¿Por qué es necesaria la esperanza? El libro de Isaías lo describe hermosamente. Nos recuerda que “los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas… volarán con alas como las águilas… correrán y no se cansarán… caminarán y no se cansarán” (Is 40,31). A través de la esperanza, encontramos un propósito para vivir nuestra fe. Ningún santo ha estado nunca sin esperanza en la gloria de Dios. San Pablo, que habla de esta virtud teologal más que nadie en la Biblia, enfatiza que la esperanza es esencial para evitar que nuestras penas se endurezcan en desesperación. Nos insta a “regocijarnos en la esperanza” (Romanos 12:12), porque a través de la esperanza comenzamos a experimentar las bendiciones del cielo incluso en esta vida.
Debemos reconocer también la importancia de la esperanza, como lo destacó el Papa Francisco, quien eligió este tema para el Jubileo. El Papa titula la Bula de Convocatoria: Spes Non Confundit, que significa que la esperanza no defrauda, tomada de las palabras de San Pablo. El Papa nos anima a convertirnos en «signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas nuestros que viven circunstancias difíciles» (10). Nos recuerda además que «la esperanza persevera en medio de las pruebas: fundada en la fe y alimentada por la caridad» (3).
Por eso, en este Año Jubilar de la Esperanza, examinemos nuestras almas y preguntémonos:
- ¿Ponemos nuestra esperanza en las personas o en Dios?
- ¿Estamos viviendo como testigos de la esperanza en el Señor?
Jake Bezzina
Candidato de la SDC