Virgen Madre María, que nos engendras-te como hijos tuyos en los dolores de tu dulce alma, parada junto a la cruz, el altar sobre el cual se ofreció como víctima a Dios Padre para el perdón de los pecados de todos, Cristo Jesús, tu hijo unigénito, el unigénito fruto de tu vientre virginal, no dejes que, después de nuestra muerte, parados en el justo tribunal de este mismo Hijo tuyo, Jesús, seamos expulsados con una maldición eterna: sino haz que seamos recibidos por él con una bendición eterna en su dulce regazo. Amén.
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