“¡Gracias, Señor Dios, y perdóname, Señor Dios!” es una de las oraciones más populares de San Jorge Preca, recitada por muchos. Esta oración encierra dos aspectos fundamentales de nuestra relación con Dios: la gratitud y la necesidad de perdón de nuestro Creador más misericordioso y benévolo.
Dios, nuestro mayor benefactor, merece nuestro más sincero agradecimiento, porque todo lo que tenemos es por su gracia. Para cultivar un espíritu de gratitud, debemos ser conscientes de todas las bendiciones, incluso las más pequeñas, que hemos recibido de él. En su exhortación Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nos insta a pedir continuamente la gracia de una “memoria agradecida”, que nos ayude a reconocer nuestra dependencia de la providencia de Dios en todo lo que hacemos, ya que sin Él no podemos hacer nada.
Dirijamos nuestra mirada a María, recordando que estamos llamados a compartir con los demás lo que hemos recibido gratuitamente de Dios. Este acto de compartir no solo expresa nuestra gratitud a Dios, sino que también sirve para multiplicar las bendiciones que hemos recibido con los demás.
Sin embargo, como seres humanos, muchas veces fallamos, particularmente en nuestra relación con Dios. Por eso, también debemos cultivar un espíritu de arrepentimiento. Cultivar en nosotros un espíritu de humildad nos ayuda a reconocer nuestras fallas ante Dios y buscar su perdón. Reconocer nuestras deficiencias es vital para nuestro crecimiento espiritual y la profundización de nuestra relación con Él.
Además, debemos esforzarnos por evitar repetir errores pasados y comprometernos a cambiar mientras caminamos hacia la santidad. Desarrollar un espíritu de arrepentimiento implica ser más sensibles a los demás y perdonar a quienes nos han hecho daño. A través de esta actitud, difundimos el amor y la misericordia de Dios en nuestras interacciones diarias con los demás y, de esta manera, contribuimos a fomentar una comunidad más compasiva y amorosa.
Al finalizar el año, es conveniente reflexionar sobre las innumerables bendiciones que hemos recibido de Dios y reconocer nuestras fallas. Al repetir la hermosa oración: «¡Gracias, Señor Dios, y perdóname, Señor Dios!», nos ayuda a vivir con un espíritu de gratitud y arrepentimiento a lo largo de nuestras vidas. Al hacerlo, invitamos a Dios a que nos llene de estas virtudes, permitiéndonos vivir más plenamente en su gracia y amor. Mantengamos esta oración cerca de nuestro corazón como un recordatorio de la infinita providencia y misericordia del Señor.
Dios, Padre, recibe las llagas divinas de nuestro hermano Jesucristo,
tu amado Hijo, que te ofrezco para agradecerte debidamente
todo el bien que me has hecho y para merecer
de Ti el perdón de todos mis pecados.
Amén.