Al ‘Caravaggio’, o como es su verdadero nombre, Michelangelo Merisi (1571-1610), todavía se le conoce como el joven travieso y el genio de la pintura. Sus obras se distinguen por cómo con la luz que proyecta sobre los personajes, les da vida. Entre 1599 y 1601 Michelangelo pintó tres cuadros en honor a San Mateo, entre ellos La Llamada de Mateo, para la iglesia de San Luis de ‘los Franceses’, en Roma. Los tres cuadrados son suficientes para hacerlo famoso.
La Llamada de Mateo
El cuadro está ambientado en una taberna, en la aduana o en una tienda donde juegan por dinero. Hay algunos hombres alrededor de la mesa que son de diferentes edades. La vestimenta de algunos es sobria, de otros colorida y luminosa. ¿Qué es lo que los une? Quizás? Puede ser el dinero.
De repente sucede algo que despierta el interés de uno de los hombres, no genera ninguna reacción en un otro y provoca al tercer hombre que está en el centro de la mesa: Mateo.
Todo parte del gesto de Jesús, que trae consigo el rayo de luz que llena el vacío que hay entre él y los hombres y que separa a los hombres entre ellos. La forma en que Jesús extiende sus manos nos recuerda la postura de Dios que le da la mano a Adán en el cuadro de Miguel Ángel, en el techo de la Capilla Sixtina. La mano de Jesús que llama a Mateo está en la misma posición de la mano de Dios en su obra de creación (de Miguel Ángel). Pero con la diferencia, que la mano de Jesús da una impresión de movimiento. Está animando a Matthew a aceptar la invitación.
Antes de encontrarse con Mateo, Jesús estaba en camino; sus piernas ya están giradas hacia la puerta por la que saldrá. Quizás Mateo se sorprendió porqué Jesús se encontró allí. Ni él ni sus amigos saben de dónde viene ni hacia dónde va. En Juan 3 versículo 8, Jesús dice: «El viento sopla donde quiera. Escuchas su sonido pero no sabes de dónde viene ni hacia dónde va».
La vestidura de Jesús lo situa fuera del tiempo. Jesús representa otro mundo, mientras tiende un puente a los hombres de la mesa les ofrece la posibilidad de abandonar la mesa alrededor de la cual ellos están.
Ante la aparición de Jesús, las reacciones son diversas. Un hombre de ellos tiene la posición de defensa. Sus manos están listas para cubrir las monedas que están sobre la mesa. Para los dos hombres de la izquierda es como si nada hubiera pasado. No pudieron ver la importancia de este evento porque ya han elegido a su ‘maestro’: las monedas de metales preciosos que adoran y que mantienen aferradas con ellos. Muy elegante, con un hermoso sombrero con una pluma brillante en la luz, luciendo un manto rojo con volantes dorados, se detiene el joven al lado de Matthew. Observa y analiza, pero no parece dispuesto a correr riesgos.
Mateo está confundido. No esperaba esta aparición y la invitación que le entregan. Una de sus manos está en el lugar natural del cajero que era sobre el dinero. Su otra mano apunta hacia su pecho como si pidiera a Jesús que confirmara la llamada que le hizo: «¿Quién? … ¿a mí?» Pero Mateo ya ha dicho «Sí». Debajo de la mesa, sus piernas están listas para levantarse e ir tras Jesús.
«Dejándolo todo, se levantó y le siguió» (Lucas 5, 28). Fue tras él… ¡porque así quería!