Oh Dios, Padre mío, aparta tu mirada de la malicia de este mundo
y fíjala en el venerable rostro de Cristo, el Redentor, y regocíjate en Él;
mientras tanto, considera que el pecado fue la causa del nacimiento de ese rostro.
Admíralo por los infinitos méritos que obtuvo, y derrama desde tu santo Santuario celestial
el perfume de tu gracia que él nos ganó con su muerte espantosa.
(Con una imagen del rostro de Cristo en la mano, bésala con agradecimiento en reparación por las ofensas de los pecadores.)