En la Sagrada Escritura, encontramos dos perspectivas sobre cómo se percibe el futuro: la apocalíptica, que anticipa la conmoción antes de que prevalezca la justicia, y la profética, que se asemeja al camino firme hacia la Tierra Prometida. La perspectiva profética no se caracteriza por la catástrofe, sino por el progreso gradual, moldeado por la visión de un mundo mejor.
¿Qué tipo de política estamos llamados a vivir los cristianos? En este Jubileo de la Esperanza, se nos invita a abrazar una política de esperanza. Tenemos la gracia del libre albedrío, que nos da la fuerza para superar el presente. Además, también tenemos la gracia del arrepentimiento, mediante la cual podemos superar el pasado. Este es el poder de la política de esperanza; nos permite vivir con alegría y entusiasmo lo que Dios ha preparado para quienes ama. Por la gracia de Dios, no somos un pueblo desesperado, sino peregrinos de esperanza.
Miqueas 6:8 nos llama a actuar con justicia, amar la misericordia y caminar con humildad. Al cultivar la virtud y comprometernos con obras nobles, contribuimos a un mundo más justo y compasivo. Incluso los más pequeños actos de amor, como semillas sembradas en la oscuridad, tienen el poder de crecer y dar fruto. “Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro” (Spe Salvi, 48).
Nuestro llamado profético como cristianos es vivir una política de esperanza, dando testimonio del Evangelio con nuestras vidas. La esperanza nos impulsa a servir, amar y transformar el mundo en el que vivimos. En este Jubileo de la Esperanza, abracemos una política de esperanza, permitiendo que Dios nos moldee mientras ofrecemos una visión de un mundo redimido, marcado por el amor de Cristo.