Deseamos ver a Jesús. Este anhelo refleja el deseo universal de encontrar lo divino, y el deseo de ver a Jesús a menudo conlleva expectativas de fortaleza, triunfo y claridad. Sin embargo, en el Evangelio de Juan, encontramos a Jesús en un momento de profunda turbación interior, ante la realidad de su pasión venidera. No oculta su miedo: “Ahora mi alma está turbada” (Juan 12,27). Aun así, en lugar de huir de esta hora, la acepta diciendo: “Padre, glorifica tu nombre2. Su camino a la gloria no pasa por la huida, sino por la entrega, el sufrimiento, la muerte y, finalmente, la resurrección.
Este misterio yace en el corazón del camino cuaresmal. La Cuaresma nos invita a caminar con Jesús mientras se acerca a su hora, el tiempo de la prueba, la entrega y la obediencia. Como enseña san Jorge Preca, mientras la naturaleza humana se retrae ante la idea del sufrimiento, la gracia, por el contrario, lo ama y lo aprecia, viendo en él un bien mayor. El sufrimiento, ya sea físico, emocional o espiritual, es donde la fe se pone a prueba y se profundiza. Jesús no evitó estas pruebas, y nosotros tampoco podemos, si realmente elegimos seguirlo.
El que me sirva, que me siga”, dice Jesús, y durante la Cuaresma, este llamado se vuelve especialmente urgente. Es un tiempo para elegir la luz sobre la oscuridad, la humildad sobre el orgullo y el sacrificio sobre la comodidad. San Jorge Preca nos recuerda que el espíritu de Cristo es inseparable de la cruz.
Sin embargo, la Cuaresma no es solo un tiempo de dificultades, sino también de esperanza. Jesús no nos abandona en nuestras pruebas; camina con nosotros. Y en cada momento de entrega, transforma nuestra debilidad en gloria y nuestro sufrimiento en la promesa de la Pascua.