Cuando contemplamos a Jesús Crucificado, somos testigos del amor infinito que tiene por nosotros. Nos llama a seguir su ejemplo, poniendo la voluntad de Dios por encima de todo.
Jesús Crucificado nos invita a amar a Dios y al prójimo de todo corazón rechazando el pecado, nuestro mayor enemigo.
En momentos de sufrimiento o tristeza, recurra al Crucifijo en busca de paz y consuelo. Escuche a Jesús hablar a su corazón: «Mírame y quédate quieto. He hecho el bien, pero fui recompensado con crueldad. Inocente, pero inmerso en una profundidad de dolor y tristeza. Yo soy Dios, colgado en la cruz, completamente privado, ridiculizado y despreciado».
Si tu corazón desea amarlo y seguirlo, expresa con fe inquebrantable: «¡Ave, Cristo Crucificado!»