El joven no es solo el futuro, sino también el presente. La juventud es la transición de la infancia a la edad adulta, una etapa crucial en la que los jóvenes están llamados a asumir responsabilidades dentro de la sociedad. Sería un error no reconocer el potencial que tienen para contribuir al crecimiento y la vitalidad de la comunidad cristiana. Además, la juventud es una etapa profundamente formativa en la vida de cada persona, que determina si viviremos una vida plena y con propósito, o una marcada por el vacío y la falta de rumbo. Por lo tanto, es esencial cultivar los valores durante este tiempo, para que podamos caminar hacia la santidad y realizar la riqueza de nuestra vocación.
A pesar de su importancia, la juventud a menudo se ve eclipsada por los numerosos desafíos que muchos jóvenes enfrentan a diario: violencia, marginación, manipulación y adicción a las drogas, la pornografía y el juego. A veces, la sociedad explota la energía y los ideales de los jóvenes, solo para descartarlos. Otros caen bajo la influencia de ideologías destructivas. Muchos llevan heridas profundas, con sus fracasos grabados en el corazón. Como comunidad cristiana, debemos aprender a llorar ante estas luchas para poder responder con compasión y valentía, actuando no por deber, sino con el corazón.
¿Qué podemos hacer, entonces, ante todo esto? Sin duda, hay motivos para la esperanza. Los jóvenes a menudo llevan dentro el anhelo de una vida diferente y mejor, y el deseo de desarrollar sus talentos al servicio de los demás. El Papa Francisco nos recuerda constantemente la necesidad de acompañar a los jóvenes, ofreciéndoles espacios donde puedan plantearse preguntas reales y construir gradualmente una relación con el Evangelio y con Jesús. Nos asegura que Dios nos ama a cada uno de nosotros personal e incondicionalmente, una verdad que podemos olvidar fácilmente en medio de las distracciones y trampas de la sociedad moderna. El amor de Dios es perfecto: no agobia ni menosprecia, sino que sana y nos libera.
Como comunidad cristiana, estamos llamados a ser instrumentos en las manos de Dios, ayudando a promover y cultivar los valores cristianos, no solo para mejorar nuestra sociedad, sino para el bien genuino de cada persona. Porque es en la entrega sincera de uno mismo que comenzamos a vivir la vida en plenitud, abrazando el propósito profundo al que Jesús nos llama. Es una gran gracia cuando estos valores se descubren desde pequeños.
Que nos apoyemos y guiemos mutuamente con amor fraterno, ayudándonos a vivir no en la desilusión ni la falta de propósito, sino a recorrer el camino de la santidad, la verdadera meta de nuestras vidas.
Michael Spiteri
Candidato de la SDC